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miércoles 11 de octubre de 2017

El único héroe en este lío

La selección de Jorge Sampaoli desató su festejo y se desahogó gracias a Lionel Messi. El diez tuvo una noche soñada y fue fundamental en la agónica clasificación de Argentina para Rusia 2018. Opinión y algo más.

Del infierno al cielo. Ida y vuelta. Así fue el camino de un grupo que sufrió más de la cuenta para meterse en la cita mundialista. ¿Era necesario tanto padecimiento? ¿Es merecido? ¿Ahora, cómo se sigue? Todas, preguntas que surgen en medio de la euforia, los gritos y la emoción, pero que nadie se atreve a responder. La pleitesía a Messi es el lugar común de esta noche, pero en el trabajo futuro estará la clave para corregir y dejar atrás el trauma.

Fue él y posiblemente no podría ser otro. El mejor que tenemos, el as de espadas, ese que tanto se le envidia al Barcelona. Con tres goles, se puso en la espalda, la que engalana con la diez, todo el peso de la clasificación. Al minuto de juego, cuando la peor película de terror apareció para nublar el horizonte albiceleste, sacó la cara y no se escondió: desde su semblante hasta la dimensión de su juego, contagió a un equipo que se olvidó de su pasado y lo acompañó en el triunfo.

Pero engañarse sería una tontería. Pese a que el pasaje a Rusia es un hecho, Argentina no hizo bien su trabajo. Tres técnicos, tres presidentes, cinco estadios, incontables jugadores y más obstáculos atravesaron en el transcurso de las Eliminatorias. El alivio maquilla lo que pudo ser un papelón con aroma a tragedia. Aun así, cortarte la euforia no es la intención de estas líneas. Salí, abrazate y gritalo.

Messi es la causa. El único que no estuvo en duda en el mar de incertidumbre de los entrenadores que desfilaron con el buzo de Argentina. Sampaoli, que sigue sin poder encontrar el estilo en el campo, tiene un objetivo nuevo y será su misión desarrollar un conjunto para acompañarlo en la Copa del Mundo, y así poder de una vez por todas devolverle al diez tantos favores.

Generó cosas impensadas. En la previa, hasta algunos ecuatorianos, emocionados por tenerlo cerca, se atrevían a ir en contra de su propio país con tan solo de verlo en esa competencia mágica que se da cada cuatro años. "Sin Messi, no es Mundial", se repetía en los alrededores de la concentración argentina, pero porque Messi es mundial es que ahora se te dibuja una sonrisa.

En Buenos Aires y en la patria de los 40 millones de técnicos especialistas en cómo se juega en la altura, los ánimos eran muy variados. Algunos osados se aferraban a una goleada imaginaria. Otros, gobernados por la cautela, daban a la Selección clasificada por la mínima. Y los que se dejaban llevar por un pesimismo fundamentado hablaban de falta merecimientos. El sorpresivo y holgado triunfo rompió los pronósticos y lo tapó a todos por igual. "Salimos del lío del que nos metimos solos", resumió Lionel en el final de veda al periodismo, todo un síntoma del nuevo rumbo. Y, esperanzado en lo que viene se anticipó: "después de esto, vamos a crecer". Si muchos lo bautizaron como dios, tendríamos que creerle.