No fue capricho de la casualidad. El destino poético lo quiso así: el homenaje a los docentes coincide con la épica de un ídolo del tenis nacional y uno de sus logros más destacados. En frente, en la fina, estuvo Jimmy Connors, que no pudo frenar el talento del marplantense.
Fue el segundo de sus cuatro grandes. Esa temporada dominó el circuito ganando 17 títulos. Uno de los momentos más logrados fue cuando levantó la Copa de Los Mosqueteros en Rolland Garros. Antes, había alcanzado la final en el torneo más importante en Australia.
Vilas arrancó el cuadro un par de victorias muy cómodas, en las que pudo desplegar todo su talento. En primera y segunda ronda, se impuso sobre el español Manuel Santana por 6-1 y 6-0, y derrotó al local Gene Mayer por 6-3 y 6-0. Con el correr de los partidos, la exigencia comenzó a crecer, pero también lo hizo su juego. En la tercera vuelta, tuvo que trabajar para seguir adelante. En el camino quedó otro norteamericano, Víctor Amaya, a quien superó por 6-3 y 6-3.
El español José Higueras, que empezaba a resonar en el circuito, también fue la víctima del letal juego del argentino. Fue un 6-3 y 6-1 para catapultarse a los cuartos de final, y ya se sentía imparable. En esa instancia disputó su primer duelo largo cuando le ganó a Raymond Moore en tres sets.
Ya asentado en su juego y con su entrenador Ion Tiriac ajustando los detalles partido a partido, el inventor de "La Gran Willy" despachó a Harold Salomon, uno de los que más lo complicaron. La semifinal se cerró con un 6-2, 7-6 (7-3) y 6-2 y avanzó al partido decisivo en Forest Hills, última sede del Abierto estadounidense antes de que se mudara a Flushing Meadows.
La final fue contra Connors fue tan recordada como el epílogo de la temporada de 1977. Adentro de la cancha, el argentino vio la gloria máxima, pero al terminar el año fue Jimbo quien se quedó con el ránking. Por entonces, la tabla tenía un régimen de promedio y el norteamericano tuvo mayor average y se quedó con la cima del tenis. Vilas ganó 17 campeonatos y el Gran Prix, pero no pudo subirse primer escalón del podio. Aún hoy en día, la ATP nunca lo reconoció como número uno.
Con la raqueta se hizo inmortal. No solo en el imaginario popular, sino que también fue reconocido en todo el mundo. En 1991, fue inducido en el Salón de la Fama y se convirtió en ídolo de toda una generación que hizo crecer al tenis nacional.